Este año se cumplen 35 años desde que los argentinos recuperamos nuestra democracia y dejamos atrás aquellos años de terrible oscuridad. Dos golpes militares habían dinamitado la vida democrática de nuestro país: el que comenzó con el derrocamiento del Dr. Illia en 1966 y duró hasta 1973, y el de 1976, que duró siete años hasta aquel glorioso 10 de diciembre de 1983, que significó para los argentinos volver a creer en el futuro y modificar radicalmente un pasado aterrador, con libertades básicas cercenadas de manera impune por un gobierno de facto inescrupuloso y dañino.
Ese día en que regresó la democracia yo tenía cinco años. Aunque me era imposible dimensionar de manera cabal semejante evento, tengo imágenes de una algarabía muy intensa, cercana y generalizada. ¡Había alegría en cada rincón adonde miraba! Tuve que crecer unos años para entender que aquello que celebrábamos con tanta pasión era, nada más y nada menos, el regreso de la República Argentina a las instituciones democráticas guardianas de las garantías fundamentales, al estado de derecho.
Córdoba, además, se había convertido en el epicentro político del país: además de las elecciones presidenciales en las que Raúl Alfonsín cosechó el 52% de apoyo popular, la Unión Cívica Radical ganaba la gobernación en Córdoba con Eduardo César Angeloz y la intendencia de la ciudad con mi papá, Ramón Bautista Mestre.

Ramón Bautista Mestre fue Intendente de la Ciudad de Córdoba y Gobernador de la Provincia de Córdoba.
Raúl Alfonsín es, sin duda, el refundador de la democracia moderna, un luchador respetuoso por la diversidad, con un profundo sentido de la justicia social, un ejemplo de honestidad, caballerosidad y diplomacia. Si tomamos en cuenta el amplio espectro de la historia nacional, su llegada al poder acabó con una etapa de cinco décadas en las que el país osciló entre la democracia y la dictadura.
Apenas tres días después de asumir la presidencia, Alfonsín decretó el enjuiciamiento de los miembros de las tres juntas militares (y también de las cúpulas guerrilleras). En el contexto latinoamericano, ese juzgamiento y la ruptura con el régimen previo y la no negociación de condiciones de impunidad para los militares es considerado un ejemplo de «justicia transicional». El resto de la historia la conocemos: el 9 de diciembre de 1985 la Cámara Federal de Apelaciones condenó a los principales responsables de las tres juntas militares que gobernaron desde 1976 a 1983 por crímenes de lesa humanidad y violaciones a los derechos humanos. El juicio a las juntas fue el primero en su tipo llevado a cabo en toda Latinoamérica, siendo de vital importancia para las condenas, el informe “Nunca más”, de la Comisión Nacional por la Desaparición de Personas (CONADEP), presidida por Ernesto Sábato. El trabajo de sepultar el mal del absolutismo fue la gran obra de Alfonsín. Probablemente, haya sido la obra que causó la reconstitución ética de la democracia moderna, tal como la conocemos ahora.
Podemos decir que es la democracia, a través de sus instituciones y la división de poderes, la que permite que la ciudadanía delegue a sus representantes la potestad de administración de los recursos. Y el pueblo, a través de su voto, elegirá a quienes demuestren tener conciencia del sacrificio de los ciudadanos, de sus necesidades y de sus anhelos. Un pueblo oprimido por la barbarie de la dictadura no tiene ni siquiera el derecho a cuestionar el destino de sus impuestos; menos aún a elegir a sus representantes. Ni el derecho a expresarse libremente o disentir.
La democracia no debe ser tomada como algo dado, sino como una conquista importante de todos, algo que debemos valorar, enseñar, cuidar y respetar. Y sobre todo, algo que podría perderse si se estropea el delicado equilibrio institucional que regula el orden y la paz ciudadana.
Nos sirven de ejemplo las dictaduras existentes en algunos lugares del mundo y algunos ejemplos latinoamericanos. Aunque resultan diferentes en su constitución y características, todas representan el desconocimiento de los derechos del ciudadano, reducido a un mero rehén del sistema. Además de la dictadura militar, también existen las monarquías tribales como en algunas zonas de Medio Oriente, las Teocracias como la iraní o la afgana, que violan todo tipo de derechos humanos. Algunas se encuentran tan arraigadas que cuesta imaginar que las cosas puedan cambiar algún día, con el pueblo sumido en el temor.
Los principales enemigos de las democracias latinoamericanas no son las teocracias o las monarquías tribales, sino los totalitarismos, normalmente representados por un líder carismático que apoyado en las masas, exige un culto permanente a su personalidad y busca perpetuarse en el poder, con la consiguiente falta de alternancia, falta de control, corrupción generalizada, caos, violencia y finalmente la expulsión de los ciudadanos de su propia tierra, como ocurre actualmente en la Venezuela chavista-marxista, cuyos habitantes huyen en masa y caminan miles de kilómetros para poder salvar sus vidas.
Por eso, mientras el pueblo argentino se mantenga alerta y consciente de sus derechos y deberes cívicos, con representantes dignos, la democracia estará cuidada.
Los que trabajamos en la dirigencia del partido o formando nuevos líderes, tenemos en claro las consignas de defensa de la libertad e igualdad de los ciudadanos; de la soberanía popular expresada a través de las formas de gobierno republicano, democrático, representativo y federal; de la justicia y de la solidaridad social, tal como lo expresa la Carta Ética de la UCR.
Después de 35 años gozando de nuestra libertad, debemos tomar conciencia de lo que significa vivir en libertad. Es justo poner de relieve el rol estelar de la Unión Cívica Radical en el regreso (y preservación) de la democracia. La cuidemos para que siempre esté entre nosotros.