Argentina vive hoy, nuevamente, un presente cargado de desafíos. Por eso, en esta fecha no recordamos solo el hecho de haber ganado una elección, sino que se trata sobre todo de honrar ese cambio de paradigma que se sostuvo con decisiones concretas que fueron trascendentes para nuestra historia y lo son para nuestro presente. Somos las acciones que nos han traído hasta aquí.
El 30 de octubre de 1983 Raúl Alfonsín era elegido presidente. Esas elecciones marcaban la vuelta a la democracia, luego de largos años de dictadura cívico-militar, cerrando así una de las etapas más oscuras y sangrientas de la historia argentina.
Asumió el 10 de diciembre de 1983 y a partir de esa fecha, se abrieron las puertas al respeto, la libertad y la justicia en una sociedad que había quedado devastada por los atropellos de las Juntas Militares. Argentina avanzaba en la recuperación de los principios fundamentales del bienestar general.
Pero es importante pensar el retorno de la democracia no solo como ese 30 de octubre o el 10 de diciembre, porque la consolidación se fue logrando a través de distintos hitos que vale la pena tener presentes, por la oportunidad, la audacia y la valentía.
El 15 de diciembre, a 5 días de asumir, Alfonsín sancionó el decreto 158/83 en el que se ordenaba el enjuiciamiento a los miembros de las tres Juntas Militares que tomaron el poder el 24 de marzo de 1976. Se derogó la ley de autoamnistía.
Meses más tarde, se reformó el Código de Justicia Militar, y en abril de 1985 comenzó finalmente el Juicio a las Juntas Militares. Por primera vez la justicia civil de un país juzgaba a la dictadura saliente de ese mismo país. Sigue siendo un hecho sin precedentes, reconocido en todo el mundo. Nadie estaba por encima de la ley.
Se creo la CONADEP, en donde actores indiscutidos de la sociedad asumieron la tarea de iniciar el camino de cimentar la nueva democracia sobre la memoria, la verdad y la justicia; revelando los crímenes y violaciones a los derechos humanos cometidos y poniendo en evidencia el aparato represivo implementado por la última dictadura. Esto significó una forma de entrar a la vida democrática.

Ese proceso iniciado por Alfonsín con la mayoría de la sociedad que lo acompañó, la CONADEP, el incansable trabajo del Fiscal Strassera y la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Criminal y Correccional de la Capital Federal, ese logro de la sociedad toda en definitiva, fue el que sentó las bases de una democracia que nacía desde la verdad, y que permitió su consolidación en la dirección del respeto a los derechos humanos, la libertad y la dignidad del hombre y la mujer.
Semana Santa de 1987 también fue un momento clave en la historia de la consolidación de nuestra democracia. En aquel momento la sociedad salió a la calle a defender la democracia. Fue tal vez la prueba cabal de que el pueblo unido no podía ser vencido, como tantas veces habíamos repetido en aquella campaña previa al 30 de octubre. Fueron el coraje del líder radical y el rechazo de la sociedad los que pusieron freno a las aventuras golpistas.
En mayo de 1987 se creo el Banco Nacional de Datos Genéticos, que permite aun hoy continuar con la búsqueda de la verdad y la identidad de los niños nacidos en cautiverio y apropiados.
Estuvieron los derechos de las mujeres y los pueblos originarios, la Creación del Instituto Nacional de Asuntos Indígenas, el Divorcio Vincular, la Patria Potestad compartida, se ratificó la Convención de Eliminación de toda Forma de Discriminación contra la Mujer, se equiparó a los hijos matrimoniales con los extramatrimoniales, y se sancionaron leyes otorgando derechos a la concubina o concubino.
El desafío en la educación universitaria era encaminar su construcción institucional en la tradición reformista. Y allí estuvo el decreto N° 154/1983 mediante el cual Alfonsín intervino todas las universidades nacionales y se restablecía la legalidad de los estatutos universitarios aprobados por las Asambleas Universitarias, que estaban vigentes hasta el golpe militar contra Arturo Illia.
Es decir que la autonomía y el cogobierno se ponían en marcha para reiniciar la normalidad académica y política. También se reconocieron los centros de estudiantes, federaciones regionales y la FUA.
El plan de alfabetización, el plan alimentario nacional, el Mercosur, la paz con Chile, la defensa de la autodeterminación de los pueblos que lo llevó hasta tener que improvisar un discurso en los jardines de la Casa Blanca. Muchos fueron los logros, muchas fueron las batallas, algunas perdidas, no pretendo enunciar todo.
Pero hoy, 37 años después, creo que podemos decir que, con aciertos y errores, ingresamos a la vida democrática por la puerta grande, no era fácil, no vale la pena detenerse en eso, todos sabemos lo que pasaba, además no se asume un gobierno para quejarse de los problemas y de las circunstancias, Alfonsín nunca lo hizo, simplemente los enfrentó, y el balance es positivo. Sentó las bases de una democracia moderna. Hoy estamos orgullosos de eso.
Como estamos orgullosos de todos aquellos años de trabajo, lucha y militancia que precedieron a esa inolvidable elección. Aquel 30 de octubre significó entonces el comienzo de un gran cambio de paradigma, que fue consolidándose en cada lucha y que es hoy un símbolo guía para los desafíos que nos quedan por delante.
Se trataba en ese momento fundamentalmente de reforzar la valoración social sobre la importancia de los derechos humanos, del respeto al Estado de Derecho, de la tolerancia ideológica, de la libertad. Se logró. ¿Pero cómo estamos y qué queremos como sociedad hoy?
A treinta y siete años de aquel momento fundacional de nuestra historia reciente, muchas cosas de aquel proyecto de 1983 han quedado en el camino. Sin duda, tenemos lo indispensable para alcanzar cualquier objetivo: el voto sigue en pie y nunca más las instituciones han sido suprimidas ni suspendidas.
A la vez está claro que, la idea de una convivencia política plural, donde las cuestiones se discuten racionalmente, poco tiene que ver con las prácticas de los últimos años. Que tristemente atendemos al retorno de los viejos discursos basados en la descalificación del otro, hasta en el odio hacia el otro, los discursos de las negativas irreductibles, las diferencias irreconciliables, esos que la mayoría de los argentinos habían dejado atrás, para abrazarse a la idea de unidad y respeto que representaba Raúl Alfonsín.
Es por eso también que es tan importante recordar estas fechas trascendentes, precisamente para no poder perder de vista el presente, porque otra vez en Argentina estamos viviendo momentos críticos y, como decía Alfonsín, necesitamos ahora no solo un líder, sino, sobre todo, ese espíritu colectivo que supimos tener: “Éste no es un tiempo para improvisar, para debilitarse en luchas menores. Hay demasiado trabajo para hacer y no se puede realizar sin la unidad necesaria.”
Especialmente cuando hoy estamos ante una democracia que, si bien no está acechada en lo formal, es una democracia que está lastimada, que no alcanza, y que lo refleja en cuestiones tan fundamentales como la desigualdad extrema, los inmorales índices de pobreza, la exclusión social y la corrosión de valores, principios y acuerdos para vivir en sociedad, que estas situaciones de injusticia engendran y nos afectan todos los días.
Hoy mas que nunca es necesario volver a buscar los denominadores comunes, volver a unir a los argentinos tras la idea rectora fundamental que nos dejó Alfonsín, perseguir siempre la libertad, pero junto a la igualdad. Porque “la bandera de la libertad sola no sirve, es mentira, no existe la libertad sin justicia. Es la libertad de morirse de hambre, la libertad del zorro libre, en el gallinero libre, para comerse con absoluta libertad las gallinas libres” y si cerramos los ojos, todavía podemos escucharlo diciédolo.
Con la consolidación de la democracia, la libertad, los derechos negativos han sido conquistados, ha sido uno de los grandes logros obtenidos a fines del siglo pasado. Hemos progresado, y no es poco, porque en nuestro país, como en otros de Latinoamérica, la diferencia entre la democracia formal y la falta de democracia era la diferencia entre la vida y la muerte. Pero esa democracia, ¿A quienes beneficia? ¿A cuántos alcanza el progreso que hemos logrado?
Lamentablemente casi la mitad de nuestro país sufre hambre, falta de educación, de salud y de vivienda. Más de la mitad de nuestros niños y niñas, no podrán recuperar el nivel intelectual con el que nacieron, ya que las lesiones que produce la mal nutrición en el cerebro son irreversibles. En condiciones de marginación que parecían impensables, millones de compatriotas carecen de los más elementales derechos humanos.
Tenemos una democracia formal, que celebramos, es tangible, pero es incompleta y por ello no podemos conformarnos. Esta democracia no cumple con algunos de sus principios fundamentales, no ha podido aún, a través del tiempo y de los distintos gobiernos, evitar la exclusión y la fractura social.
Nuestro deber con las generaciones futuras es iniciar el camino que haga posible la construcción de una Argentina que, habiendo sentado las bases de la democracia, establezca definitivamente a la equidad como un principio esencial e insoslayable. Una política es exitosa no solamente cuando obtiene logros materiales, sino cuando crea modelos para la sociedad en la que opera, por eso no es nostalgia mirar al pasado, es reconocer ese éxito y pensar el futuro en consecuencia.
Eso solo podremos hacerlo convocando a la gran mayoría de lo argentinos, y me ilusiono pensando que en un futuro no lejano, nos ven marchar y alguien distraído al costado de camino nos pregunta: ¿Cómo juntos? ¿Hacia dónde marchan, por qué luchan?’ y nosotros, radicales, peronistas, socialistas, hombres y mujeres de todas las fuerzas que estén dispuestos a sumarse, le contestamos que vamos a terminar con lo que empezamos en 1983.