Argentina se encuentra en un laberinto. La pandemia y las medidas de aislamiento han dejado al desnudo los problemas estructurales de nuestra economía y han profundizado la brecha de desigualdad.
La devaluación de la moneda nacional perdiendo valor de manera brutal, con la consecuente devaluación de ingresos y patrimonios, entre otros efectos que no paran de asustar en cada instante. La caída de todos los indicadores de una economía que lleva demasiados años sin crecer, con una inflación que nos sigue poniendo entre las peores excepciones.
En esos mismos lugares sobresalientes hemos entrado también pese a una cuarentena que lleva más de 200 días pero que nos va dejando (aún, según dicen, sin llegar al pico) miles de muertos y más de un millón de personas infectadas por este hasta hace poco desconocido virus del covid 19.
Crece la desconfianza social en las instituciones, sobre todo en las políticas, representativas. La ciudadanía no cree ni siquiera en aquellos que son elegidos democráticamente. A eso se suma que tampoco ofrecen credibilidad ni los miembros del poder judicial ni los representantes de los trabajadores.
El gobierno no parece encontrar la salida de ese lugar al que fueron entrando solos, con esa mezcla de soberbia y omnipotencia tan propia de quienes ganan elecciones y creen que eso solo les permite colgarse la cocarda de los triunfadores.
Podríamos llenar varias páginas para describir la preocupante situación política, social y económica que hoy vive nuestro país.
Solo hace falta escuchar a los máximos dirigentes de las principales coaliciones políticas para encontrar a quienes, según sea cual de ellos el que hable, serían los responsables de estas siete plagas que azotan este territorio. Siempre queriendo ser tan excepcionales como nos pueda permitir este ombliguismo que padecemos desde hace tiempo. Y esa costumbre tan repetida de mirar siempre a los costados para encontrar culpables y nunca tener que reconocer las propias.
¿Podríamos decir que todo lo que nos pasa se debe a la acción de alguno o algunos en particular: Gobiernos, empresarios, sindicalistas, políticos oficialistas u opositores? ¿Faltan idoneidad, capacidades para encontrar soluciones? ¿Podríamos simplificar tanto para decir que apenas somos partes de un mundo que padece de la misma forma y por las mismas causas? ¿Nuestros problemas estructurales nos condenan a la repetición sin arreglo de todas estas cuestiones?
¿Qué es lo que nos pasa y por qué desde hace años Argentina está presa del conflicto y la confrontación permanente? La desunión parece ser la fotografía de un momento que lleva demasiados años por delante de la misma pantalla.
¿Qué es lo que le falta a la Argentina?
Un líder. Eso excluye muchas otras consideraciones o explicaciones. Porque la existencia de un liderazgo claro al frente de los problemas, derrama en una tranquilidad que hace tiempo no tenemos.
Ese liderazgo debe tener, lógicamente, características que hoy no se observan en las personas que ocupan la centralidad de la política. En realidad, no se trata solo de un problema del presente. Desde hace muchos años hemos perdido la presencia de un líder como el que necesitan las sociedades para conducir procesos, integrar personas y mostrar un horizonte.
Raúl Alfonsín fue el último gran líder de la Argentina, el que reunió todas esas condiciones, aptitudes y características que definen también a las grandes personas, a las que trascienden a los tiempos. Y la falta de cualquier reemplazo que siquiera se le pudiera parecer, tal vez explique esta decadencia que venimos padeciendo, con sus tremendas consecuencias.
El ex Presidente fue mucho más que el símbolo de la recuperación democrática. Por supuesto, eso ya es mucho decir. Pero ciertamente, fue mucho más que eso. Fue también sustancialmente más allá que su extraordinario poder de una oratoria inspiradora para tantos. Y también su legado sobrepasó el de un presidente.
Su personalidad, sus capacidades, su honradez, su tiempo histórico, son apenas pinceladas de lo que Alfonsín significó para la Argentina y para la vida de muchos argentinos y argentinas entre quienes, por supuesto, me incluyo.
La comprensión sobre el valor de la Diversidad, y el ejercicio concreto del respeto hacia las ideas de otros, convocados con amplitud de estadista, de quienes no solamente saben que solo no se puede, sino de los grandes que nunca temen que el diálogo con otros los debilita sino que, al contrario, apuestan en ello a la construcción de una fortaleza colectiva.
De ahí deviene también esa idea tan suprema de la política como ética de lo colectivo, la cultura política como conjunto de principios y valores que nos dan identidad.
Alfonsín pudo sobrellevar las enormes tensiones de un país y una región aún cruzadas por los resabios de la cruel dictadura de los años anteriores y la impronta de un neoliberalismo que dejaba marcas. Pudo hacerlo porque también tenía la autoridad, la capacidad de mando, el poder direccional de un liderazgo transformador y convocante. Y porque, como pocos muy pocos, ponía siempre por delante los intereses generales, el bien común. Con el mismo espíritu con el que, años más tarde, pagaría costos por acordar la reforma constitucional: el sentido de mejora para las generaciones futuras. Muchas cuestiones que no fueron entendidas en la contemporaneidad de sus decisiones, son, con seguridad, agradecidas con el paso de los tiempos.
Su visión estratégica, poderse anticipar a los tiempos y no gobernar con la mezquindad de los que buscan logros sino de quienes piensan en legados. Esa comprensión sobre su tiempo, pero sobre todo esa mirada que proyectaba su accionar sabiendo que estaba poniendo cimientos que debían ser muy sólidos. Porque tenía claro que no deberían permitir nunca más volver atrás.
Ese nunca más en la construcción de una democracia robusta y una conciencia plena sobre la vigencia de los derechos humanos y las libertades públicas es el aspecto más importante de la herencia que nos dejó ese primer gobierno democrático. Es sobre ello que debemos sostener nuestras propias responsabilidades para que efectivamente la Argentina no corra ningún riesgo de retrocesos en el campo de todo lo que hemos adquirido.
Tantas cosas se podrían decir de ese gran hombre en este nuevo aniversario de aquel histórico 30 de octubre que nos devolvió la libertad y la vida. Pero quiero destacar, finalmente, una de las características más importantes que deben tener los líderes: la ejemplaridad.
Definitivamente, su ejemplo es lo que lo ha diferenciado de dirigentes y de presidentes. Poder predicar con su conducta, exhibir la transparencia de convicciones y de actitudes, su austeridad, su bonhomía. No fue solo un hombre de estado, fue una persona de afectos. Porque nos hizo sentir parte, porque nos dio el sentido de nación en donde importan las personas. Porque nos transmitió ideas que han quedado selladas para siempre en nuestro ideario colectivo, pero también nos inculcó valores, esos mismos que identifican a millones de argentinos y argentinas, los muchos que todavía hoy sentimos esa añoranza de la ausencia, de lo que nos falta y de lo que nos hace falta.
Nunca habrá homenajes y recuerdos suficientes. Solo nuestra propia actitud en la vida puede servir para honrar a Don Raúl.