El 30 de Octubre de 1983 fue el umbral de un tiempo en que millones de argentinos eligieron una idea, un rumbo. No lo eligieron al azar, lo eligieron porque sintieron nombrar sus realidades, sus ideas. Una generación de jóvenes de argentinos eligió un liderazgo que marcó el rumbo: la democracia como un modo de vida para los tiempos. Después de 37 años de aquel momento, deberíamos preguntarnos ¿qué radicalismo nombra a los jóvenes del siglo XXI? ¿La reacción alcanza para construir esa identidad?
Tenemos el desafío de pensar un partido centenario que se saque el polvo y nombre a los jóvenes. La población entre los 16 y los 18 años de edad constituye la sexta provincia importante de la Argentina, igual de importante que la Provincia de Mendoza. Pensar en cómo hacemos para representar a una generación que impone su agenda desde los bordes de la política partidaria, por fuera de los partidos tradicionales, debería ser una prioridad para nuestro partido, si quiere volver a revitalizarse como en aquel 1983.
Salir de la épica, soltar la nostalgia, hacer realidad ese principio de “los hombres pasan, las ideas quedan”, construir proyecto, transmitir ideas. Un radicalismo que contagie y genere esperanza, que brinde certidumbres, ideas claras. Un gran desafío al que hay que animarse. Seguir en el statu qúo no representa a las nuevas generaciones, no genera ilusiones, no permite a los jóvenes tener ambiciones en nuestro país, no los saca de la resignación.
¿Cómo nos reconciliamos con el poder social en la Argentina? ¿Cómo volvemos a representar y tender puentes con las organizaciones intermedias, con los actores reales de la educación, la salud, la producción, el trabajo, la economía, la ciencia, la tecnología? ¿Cómo construir un proyecto con los protagonistas reales? La sociedad ve un partido endogámico, los jóvenes ven un partido viejo. Pasaron 37 años, los líderes cambiaron poco, la sociedad cambió mucho. Perdimos el reloj, la impronta generacional.
Elegir la militancia es elegir un oficio, una carrera. Un militante quiere ser un dirigente. Necesitamos que la militancia crezca y se forme ocupando mejores lugares tanto dentro del partido como en espacios de representación. Cuando las puertas se cierran o el camino se llena de obstáculos, la militancia no crece, la dirigencia no se renueva, y el partido falla, no solo puertas adentro, sino de cara a la sociedad.
Para apostar a esa renovación, a ese partido moderno y fresco que refleje la identidad de los jóvenes Argentinos, es indispensable la apertura. Convocar, recibir, pensar un rumbo más que examinar y valorar el pasado, volver a liderar. En democracia, liderar es decir hacia dónde vamos, es salir de la reacción, de la construcción en base del antagonismo con otro.
Construir un discurso sobre la idea de que el malo es el otro es fácil, pero no construye identidad. Alfonsín construyó una idea, marcó un rumbo, un modo de hacer. No recordamos verlo a los gritos, descalificando, construyendo un monstruo humano contra el cuál luchar. Alfonsín construyó otro tipo de monstruo al cual combatir con las ideas: el autoritarismo, la violencia, las injusticias, el hambre, la desigualdad. Las ideas quedan mientras las reacciones se olvidan. Hacer política en base a la reacción sobre lo que propone otro, puede darnos titulares en los medios, pero no representa, no pone en la escena pública lo que pensamos, nuestra idea positiva. Nos achicamos como partido. La descalificación a la dirigencia política, es la descalificación al votante que la elige y del que no podemos estar desconectados, es ese que después salimos a buscar en cada elección.
Pensemos en ese radicalismo moderno y vivo del ’83, ese radicalismo que construyó sueños, esperanzas. Dejemos de ser quienes sólo canalizan siempre la impotencia y la angustia, dejemos de obligar al votante a elegir el mal menor, construyamos ese voto positivo por un proyecto. Pero un proyecto en serio. Preguntémonos con sinceridad ¿qué reformas proponemos? Sin ideas al aire, sin aproximaciones, un proyecto en serio para los más de 40 millones de Argentinos.
Acá estamos, los jóvenes que vimos en un partido que parecía cenizas, la chispa para transformar la Argentina. Queremos un partido abierto, con más debates sobre el rumbo que averiguaciones de antecedentes; con más vocación por las transformaciones que por la endogamia y el statu qúo. Un partido que se renueve al ritmo de la sociedad, que vuelva a estar conectado, que represente intereses además de valores, que sea permeable a la agenda de la juventud, que salga del abstracto, que construya en positivo y ya no más en la confrontación personal, individual y violenta contra dirigentes o colectivos, contra una parte de la sociedad. Un partido que construya desde la propuesta en positivo, para que la confrontación sea siempre de ideas.